La enfermedad según los Padres de la Iglesia

 


Jean-Claude Larchet en su libro "Théologie de la Maladie" nos ofrece una sintesis de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, sobre el origen de la enfermedad y esta como prueba espiritual. Tema que el autor ha abordado varias de sus obras, tales como: "Le chrétien devant la maladie, la souffrance et la mort",  "Thérapeutique des maladies spirituelles"[1]"Dieu ne veut pas la souffrance des hommes", en las cuales ha plasmado su reflexión a lo largo de 30 años en torno al problema del sufrimiento desde el punto de vista espiritual y cristiano.

Basado en un estudio de fuentes escriturales, patrísticas, litúrgicas y sacramentales, "Théologie de la Maladie" busca identificar las enseñanzas de los Padres y de la tradición ortodoxa sobre las enfermedades corporales y su terapia. Tal síntesis no existía hasta ahora. Sin pretender resolver lo que en definitiva surge del misterio del mal y del sufrimiento, la primera parte aporta elementos esenciales para una respuesta cristiana a las preguntas que todo hombre, ante la enfermedad, se ve inevitablemente llevado a plantearse: los orígenes profundos de esta, su relación con el mal y con el pecado, las razones de su subsistencia a pesar de la curación traída a la naturaleza humana por "Cristo el médico"[2]. La segunda parte constituye un pequeño tratado sobre el buen uso de la enfermedad, enfatizando el significado espiritual y la función positiva que es capaz de asumirse en el contexto de la relación del hombre con Dios. La tercera parte presenta, a partir de prácticas eclesiales, las formas de curación específicamente cristianas tal como se concibieron en la Iglesia antigua y se conservan en la Iglesia ortodoxa. Al mismo tiempo, muestra cómo, desde sus inicios, la Iglesia ha reconocido e integrado la medicina secular confiriéndole un sentido y unos límites acordes con los valores fundamentales del cristianismo, mostrando sobre todo la preocupación por tratar a cada uno. el hombre como persona considerada en la totalidad de su naturaleza y destino espirituales.

El libro de Jean-Claude Larchet es estrictamente histórica y no pretende en absoluto insinuarse en el marco del debate ético actual, aunque la historia pueda proporcionar las claves para una relectura de este debate. 

Luego de esta pequeña introducción del libro "Théologie de la Maladie" veamos lo que nos tiene que decir los Padres de la Iglesia con respecto a la enfermedad.

San Gregorio Palamas[3] nos señala que la Tradición bien entendida no tiene opinión ni preferencia en materia de medicina y fisiología. Sin embargo, la tradición enseña lo qué significa la enfermedad en el plano espiritual. Así, los Padres integrarán la enfermedad en su concepción del combate espiritual, recordando siempre la necesidad de combatirla también en el plano físico.

San Basilio de Cesarea en su homilía "Dios no es la causa de los males", escribe: «Dios creó el cuerpo y no la enfermedad; hizo el alma y no el pecado»[4]. Un milenio después, San Gregorio Palamas escribió en su homilía XXXI: «Dios no creó la muerte, ni la enfermedad, ni la dolencia». Está postura mantenida a través de un milenio atestigua una profunda convicción de los Padres al respecto de este tema: Dios no es el origen ni la causa de las enfermedades. Por tanto, la enfermedad no nació de la voluntad divina, sino es el resultado de una ruptura de la creaciónn, es decir, del pecado ancestral[5].

De hecho, debido a que Adán tomó la decisión de usar su libre albedrío para desobedecer el mandato divino, la enfermedad entró en el mundo. Este diagnóstico lo encontramos en San Ireneo de Lyon en su famosa obra Contra las herejías: «[es] por el pecado de desobediencia que las enfermedades asaltan a los hombres»[6]. Trece siglos después, encontramos exactamente el mismo diagnóstico bajo la pluma de San Nilo del Sora quien afirma en su Regla: «Después de la transgresión del mandato, Adán fue sometido a la enfermedad».

Como vemos, los Padres de todos los tiempos afirman, por tanto, que en Dios no está en el origen de las enfermedades, que esta no procede de la buena creación de Dios. Es por el pecado del padre ancestral que la corruptibilidad y la mortalidad de los cuerpos generan las enfermedades. Tampoco las enfermedades deben ser vistas como castigos enviados a la humanidad por un Dios sórdido y vengativo. A los ojos de los Padres de la Iglesia, es, desde un punto de vista metafísico, el diablo el causante de las enfermedades, utilizando así, para la desgracia de los hombres y de los animales, la corrupción y la muerte introducidas en el cosmos por el pecado de Adán.

Los Padres de la Iglesia no oponen a esta comprensión propiamente metafísica de la enfermedad una comprensión física de la misma, basada en la ciencia de su tiempo, como tampoco se oponen a  una integración de la medicina secular en sus concepciones. De hecho, si las enfermedades provienen del diablo, luchar contra ellas médicamente se convierte en un verdadero deber espiritual. La medicina se entiende así como un medio privilegiado para aliviar el sufrimiento de los hombres y para ejercer la caridad. Muchos Padres fueron médicos y muchos otros fueron verdaderos pioneros en el desarrollo de instituciones médicas. San Basilio, por ejemplo, hizo construir un verdadero hospital en un suburbio de Cesarea en 370, capaz de recibir y tratar a los enfermos de forma gratuita y con personal capacitado en ciencias médicas y pagado por la Iglesia.

Como lo señala Jean-Claude Larchet en su libro, la enfermedad es intrínsecamente un mal que «aparece como consecuencia del pecado de Adán y como efecto de la acción demoníaca en el mundo caído, una negación del orden deseado por Dios cuando creó el mundo y al hombre». Pero incluso del mal, Dios puede sacar el bien como se señala en el Génesis "וְ אַתֶּ֕ם חֲשַׁבְתֶּ֥ם עָלַ֖י רָעָ֑ה אֱלֹהִים֙ חֲשָׁבָ֣הּ לְ טֹבָ֔ה" «Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien»[7]. Incluso la enfermedad entendida de esta forma, puede servir como medio para la elevación espiritual del hombre. San Gregorio de Nazianze aconseja así a un enfermo en su carta XXXI: «No quiero y no considero bien que tú, excelentemente educada en las cosas divinas, tengas los mismos sentimientos que el vulgo, que flexiones con tu cuerpo, que te quejes de tu sufrimiento como algo irremediable; al contrario, tienes que hacer  filosofía de tu sufrimiento, […] te reveles superior a tus cadenas, y que veas en la enfermedad un camino superior hacia tu bien». ¿Qué significa la filosofía del sufrimiento? Primero, hay que comprender que el hecho mismo de la enfermedad es el resultado del pecado ancestral y la acción de los demonios. Es como tal un síntoma de la separación entre Dios y el mundo que engendró la falta de Adán. Por lo tanto, es un recordatorio de nuestra condición caída y revela tanto nuestra necesidad de Dios como la naturaleza irrisoria de todas nuestras fantasías de autosuficiencia y omnipotencia. Gregoire Quevreux  en su reseña del libro que estamos comentando señala que «Dostoyevski, que ciertamente no es un Padre de la Iglesia, pero que siempre ha enfatizado cómo el sufrimiento puede agudizar la conciencia, escribe en Crimen y Castigo: “Un hombre sano es siempre un hombre terrenal, material […]. Pero tan pronto como se enferma y el orden terrenal normal de su organismo se rompe, inmediatamente se le manifiesta la posibilidad de otro mundo y, a medida que la enfermedad empeora, las relaciones con este mundo son cada vez más estrechas»[8]. 

Gregoire Quevreux nos continua diciendo que «para el paciente, hacer filosofía de su sufrimiento equivale, por tanto, a discernir en él, más allá de sus tormentos físicos y psíquicos, una verdadera prueba espiritual que le permita acercarse a Dios. El paciente puede así progresar espiritualmente al no ceder a los pecados que la condición patológica puede engendrar (ira, odio, celos, desesperación, obsesiones diversas, etc.), a imitación de Cristo que, también durante su Pasión, tuvo y supo afrontar y vencer los tormentos de la carne». Los Capítulos metafraseados por Simeón relatan sobre este tema estas palabras de San Macario de Egipto : «Al que quiera imitar a Cristo para ser llamado también Hijo de Dios, nacido del Espíritu, sobre todo es necesario apoyar con valentía y paciencia las aflicciones que se pueden afrontar, [en particular] las enfermedades del cuerpo».

La enfermedad es pues, una oportunidad para que los cristianos fortalezcan su fe, progresen en el plano espiritual. Como escribe San Cipriano de Cartago en su tratado Sobre la muerte: «Lo que nos diferencia de los que no conocen a Dios es que estos últimos se quejan y se quejan de la desgracia, mientras que para nosotros la desgracia, lejos de distraernos del verdadero valor y la verdadera fe, nos fortalece a través del dolor. Entonces, si estamos agotados por una lágrima en nuestras entrañas, si un fuego muy violento nos consume dentro de la garganta, si nuestra fuerza se ve constantemente sacudida por los vómitos o si nuestros ojos están inyectados en sangre, si finalmente estamos contaminados por la gangrena y obligados a amputar uno de los miembros de nuestro cuerpo, o que alguna dolencia nos prive de pronto del uso de nuestras piernas, nuestra vista o nuestro oído: todas estas dolencias son por igual, numerosas oportunidades para profundizar en nuestra fe»[9].

En última instancia, señala Gregoire Quevreux «los Padres de la Iglesia entienden la enfermedad fundamentalmente como una lucha contra el diablo. La experiencia dramática que esta puede constituir en la vida de una persona puede ser una ocasión de caída, pero también puede ser una ocasión de elevación. Junto a esta necesidad de luchar contra los efectos negativos de la enfermedad desde un punto de vista espiritual, viene la necesidad de luchar contra sus efectos negativos desde el punto de vista corporal. De hecho, el ser humano no es un cuerpo sin espíritu ni un espíritu sin cuerpo. Él es un espíritu y un cuerpo, una unidad tanto espiritual como corporal. Por tanto, la lucha contra la enfermedad también tiene lugar tanto en el plano espiritual como en el físico».


Yerko  Isasmendi


Notas

1) Este libro ha sido publicado en el 2014 por Ediciones Sígueme bajo el titulo "Terapéutica de las enfermedades espirituales".
2) Cristo Salvador es el médico del alma y del cuerpo; la curación es un signo de salvación.
3) Tríadas, en defensa de los santos hesicastas
7) Gn 50,20

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