Séneca y las religiones mistéricas


Entre todas las obras perdidas de Lucio Anneo Séneca(1), hay una en particular De superstitione, que me resulta muy atractiva, ya que según San Agustín(2), en ella critica la teología política, lo que hoy llamaríamos teocracia. Pero lo interesante es su crítica a los cultos mistéricos extranjeros, tanto a los judíos como a los de las diosas Cibeles e Isis, divinidades que no pertenecían a la tradición romana. Alberto Monterroso en su libro “Séneca: La sabiduría del Imperio” al respecto señala que dichas «creencias místicas van en contra de la ideología política que siempre defendió Séneca, basada en el racionalismo estoico. Por eso el filósofo reprueba estas teologías que van adquiriendo cada vez más fuerza en la sociedad romana»(3).

Lo que se desprende de la descripción dada por San Agustín, es que Séneca desaprueba las ceremonias y los cultos a dichas divinidades, considerándolos más bien como “vicios disfrazados de religión” debido a prácticas de mortificación y autolesión que solían ser llevada a cabo tanto por el sacerdocio como por los iniciados.

Es fácil intuir que para Séneca dichas prácticas religiones mistéricas eran algo más bien grotesco y muy alejado de los ritos religiosos tradicionales de Roma. En su texto De vita beata (Sobre la felicidad) podemos constatar la mala opinión que tenía al respecto: «Cuando uno, agitando el sistro, miente por mandato, cuando uno, diestro en sajarse las carnes, ensangrienta sus brazos y hombros teniendo en alto las manos, cuando una da alaridos mientras se arrastra de rodillas por la calle, y un viejo vestido de lino, que lleva un laurel y un candil en pleno día, grita que alguno de los dioses está airado, acudís y escucháis y afirmáis, alimentándoos vuestro asombro unos a otros, que es un iluminado»(4

Para Alberto Monterroso esta crítica a dichas formas religiosas surgen como una denuncia de la irracionalidad y el uso político de la religión. «El filósofo conoce muy bien estas religiones desde su época en Egipto, treinta años atrás. Ahora escribe sobre ellas porque se están convirtiendo en un desafío para sus planes de buen gobierno. Amenazan con desplazar de la política de Roma la idea de Providencia, de ese Dios estoico que se relaciona con la naturaleza y es reflejo de la armonía del universo. Estas religiones mistéricas no fomentaban la racionalidad sino la autocracia y el poder absoluto, por eso Séneca no quiere que entren en palacio ni penetren en la médula del tejido social romano.»(5

Por otra parte, Robert Turcan, en su ensayo Sénèque et les religions orientales nos sugiere que a pesar de la crítica violenta del ritual isíaco, en las palabras de Séneca se puede percibir permite una sensibilidad “audiovisual”, incluso emocional, hacia el ceremonial egipcio. Según Turcan, la actitud de Séneca hacia los cultos orientales resulta en última instancia mucho más compleja de lo que comúnmente se piensa: «Ciertamente, como estoico, su religión personal es filosófica; su ideal es la serenidad de los sabios, el dominio de la afectividad por la razón; para él el único culto verdadero es la práctica de la virtud. Es muy lógico que su actitud hacia las religiones positivas sea fundamentalmente crítica, ya se trate del ritualismo romano tradicional o, más aún, de las religiones orientales imbuidas de furor y exaltación religiosa»(6)

Podemos constatar que para Turcan, Séneca «no cuestiona la naturaleza específica del hecho religioso», sino más bien, critica los ritos «con una mezcla de sentido común utilitario y racionalismo moralizante».  

Siguiendo el hilo argumental de Turcan, Séneca carece de una visión simbólica, y por ende, es incapaz de comprender la naturaleza profunda del rito. Hervé Rousseau en su reseña a la obra de Turcan, postula que esta incomprensión surge de la concepción que tiene Séneca de una divinidad impasible, por lo que un dios no puede ni sufrir ni morir; por lo que es aberrante para su pensamiento lamentar la muerte de un ser divino, como Atis u Osiris(7). Para Turcan, Séneca es incapaz de penetrar en el simbolismo del ritual, de conectar con  psicología religiosa de los fieles, negándose a comprender el valor penitencial de las mortificaciones. 

En lo personal, pienso que la crítica de Turcan carece de fundamento, siendo más bien una conjetura sin base alguna. La oposición a formas extremas de culto, como las flagelaciones, amputaciones o las autolesiones en estado de supuesto éxtasis, responden más bien a diferentes sensibilidades y formas de entender lo religioso.


Yerko Isasmendi


1) Brill's Companion to Seneca , p. 207
2) San Agustín, Ciudad de Dios VI.10.
3) Alberto Monterroso , Séneca: La sabiduría del Imperio, p.327
4) Séneca,  Sobre la felicidad 26.8.
5) Alberto Monterroso , Séneca: La sabiduría del Imperio, p 328
6) Robert Turcan, Sénèque et les religions orientales. Bruxelles, Latomus, 1967. 1 vol. P. 70 
7) Gracias a san Agustín sabemos que en De superstitione ironiza sobre los misterios de Osiris, «mientras que su pérdida y su redescubrimiento son puras ficciones: estas personas que no han perdido ni encontrado nada expresan su dolor y su alegría con un aire de verdad».

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