San Pablo y el estoicismo



Probablemente sea una imprudencia hablar de San Pablo y el estoicismo: «hemos preguntado, y con demasiada frecuencia, la cuestión de relación de san Pablo con Séneca y el pórtico», señala el autor de un trabajo reciente sobre estoicismo y cristianismo[1]. De más esta decir que para tratar este tema con autoridad, sería necesario tener un conocimiento perfecto de la Biblia, la literatura rabínica y la cultura helenística, ya que San Pablo, en su ciudad de Tarso, recibió una educación judía y una formación helénica. Pero puse ciertos límites para que este estudio me permita, espero, no exceder mi competencia. Simplemente quiero confiar en mi reacción como historiador de la filosofía antigua al leer las Epístolas de San Pablo y sus discursos tal como se informan en los Hechos de los Apóstoles, y señalar lo que nos recuerda al estoicismo.

Es cierto que el fracaso de Pablo en Atenas, le provoco un profundo desprecio por la sabiduría filosófica y lo desanimó de buscar en lo sucesivo en la ética cínico-estoica un campo favorable al mensaje cristiano. Vemos, de hecho, después de su discurso en Atenas, que opone violentamente a esta sabiduría y esta locura moral, la cruz. En la Epístola a los romanos, condenó la vanidad de la cultura filosófica de los paganos: «... antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció, .jactándose de sabios se volvieron estúpidos»[2].

Pero la oposición que San Pablo pone entre la sabiduría y la locura como en Efesios 5, 15: «Así pues, mirad atentamente cómo vivís; no seáis necios, sino sabios; ... », es una oposición que nos recuerda más bien a los estoicos, en particular a los de la época romana. Esta coincidencia parece muy significativa, ya que nos sugiere que San Pablo siguió influenciado, voluntariamente o no, por la cultura helénica que recibió y por el medio de las ideas contemporáneas.

La lectura de Hechos y las Epístolas confirma esta impresión. Encontraremos allí temas, imágenes y expresiones habituales de la diatriba cínico-estoica. Esto es lo que debe establecerse: simplemente señalaré a modo de hipótesis lo que parece tener un sabor estoico, dejando que las personas más competentes decidan el valor y la importancia de las comparaciones que plantearé.

I. Legitimidad de una confrontación entre San Pablo y el Estoicismo

Antes de entrar en detalles, es necesario dar las razones por las cuales una confrontación del pensamiento paulino y el pensamiento estoico parece no solo legítima, sino necesaria.

La primera regla a observar en un estudio sobre el cristianismo naciente es preocuparse por el entorno literario y doctrinal en el que floreció[3]. Ahora, cuando comenzó la predicación de Pablo, el estoicismo ciertamente estaba muy vivo. Las viejas creencias habían desaparecido. El estoicismo era la verdadera religión de la mayoría de los sabios, así como las religiones mistéricas importadas de Oriente, se convirtieron cada vez más en la esperanza y el consuelo de la gente. El estoicismo no siguió siendo prerrogativa de los sabios y los cultos. Ciertamente entró en los círculos populares como lo demuestran algunos pasajes de las Sátiras de Horacio[4]. Esto es comprensible: ¿cómo pudieron los esclavos haber permanecido indiferentes a los argumentos por los cuales se demostró que ningún hombre, por naturaleza, había nacido esclavo?[5]. Cicerón, por su parte, había favorecido la filosofía o, más exactamente, la moral estoica, la única forma de filosofía adaptada al temperamento romano.

Desde Platón y Aristóteles, la filosofía había sufrido una profunda transformación. La preocupación puramente especulativa casi había desaparecido y los filósofos buscaban sobre todo dar un apoyo sólido a la vida interior, con miras a trazar caminos que condujeran a la paz del alma, a la libertad interior, a la felicidad, a todos estos bienes que eran los más amenazados. Esta primacía de la ética es muy evidente entre los estoicos del Imperio. Todos son moralistas, preocupados por proporcionar recetas para la vida. Apenas dan lugar a la lógica y a la física, excepto en la medida en que fueran un fundamento a la moral. Su ambición es claramente apostólica: quieren reformar las costumbres y, sobre todo, las del individuo. De ser cívica con Platón y Aristóteles, la moral se ha vuelto individualista. Este rasgo también es común a toda la sabiduría helenística. Quieren cambiar las almas, convertirlas, enseñarles un ideal que les permita realizar su vocación humana y dominar los eventos.

Este deseo de apostolado tuvo repercusiones incluso en la forma literaria: tratados y diálogos dieron paso a discursos de exhortación. El estoicismo del Imperio, especialmente el de Epicteto, toma prestado mucho de la diatriba, de la literatura moralizante popular, cuya tendencia ascética está muy acentuada[6]. Este es el momento en que vemos filósofos deambulando por los países como predicadores y enseñando al aire libre, en una plaza pública o en una encrucijada. Esto ayuda a comprender la invitación que los epicúreos y los estoicos le hacen a Pablo cuando llega a Atenas. Lo toman por un filósofo itinerante. Para actuar de manera más efectiva sobre las masas populares, para atraerlas y retenerlas, la moral utiliza todos los artificios de la retórica: ejemplos, comparaciones, diminutivos, proverbiales, frases populares, metáforas, oposiciones verbales, juegos de palabras, y veremos que San Pablo no desdeñó usar todos estos procedimientos diatribicos[7].

Agreguemos más, para demostrar la importancia de la penetración estoica en el mundo grecorromano, hay que mencionar que al sabio estoico le gustaba proclamarse a sí mismo el tutor de la humanidad. Así era entendido en las grandes familias romanas, donde jugaba un papel análogo al de los directores de conciencia en el siglo XVII[8]. En las guerras civiles, no tenían miedo de enfrentarse a un ejército en rebelión para luego volver al deber y la obediencia[9], o incluso para juzgar al emperador. Es por eso que Nerón encarcela y destierra a estos austeros y juguetones donantes de lecciones. Pero, en el exilio, los estoicos continúan predicando y esta es la ocasión para una mayor extensión de su influencia. Recordados bajo Adriano, honrados bajo Antonino, se convierten en los maestros oficiales de la filosofía. Muchos políticos serán entrenados por ellos. Como resultado, el estoicismo jugó un papel considerable en la evolución de las ideas morales, sociales y políticas en la época del Imperio, y cualquier historiador de orígenes cristianos como cualquier exégeta del Nuevo Testamento debe buscar hasta qué punto este clima de ideas favoreció u obstaculizó la expansión del cristianismo, y marcó la primera predicación de los apóstoles.

En una obra ya antigua, pero que conserva un valor real, G. Boissier concluyó lo siguiente: «Es ... cierto que el movimiento religioso y filosófico del primer siglo preparó el camino para el cristianismo y facilitó su éxito. Podemos decir que en el siglo I todo el mundo "se levantó" bajo el impulso del espíritu religioso y de la filosofía; se erigió, creció y, sin conocer a Cristo, ya se había puesto en el camino del cristianismo»[10]. Todo el mundo sabe que algunos de los primeros apologistas cristianos querían ver en la austera moral de los estoicos, en sus altas ideas sobre la dignidad humana, en su concepción religiosa y mística del mundo, una especie de precristianismo.

San Pablo, al principio trató de confiar en la doctrina estoica para hacer fluir su mensaje, su evangelio. En los Hechos de los Apóstoles (XVII, 18) se dice que sus oyentes, en Atenas, eran epicúreos y estoicos, pero la lectura de su discurso demuestra claramente que solo está dirigido a los estoicos, los únicos con quienes podría comenzar un diálogo. Cuando habló a los judíos, el apóstol evocó los recuerdos y las esperanzas mesiánicas de Israel. Aquí, después de una delicada alusión a la religiosidad de los atenienses, habla de Dios, de la adoración que le debemos y de nuestro parentesco con él, en términos que son claramente un eco de la filosofía estoica e incluso cita una línea de un poeta estoico.

Este discurso, como señala Edwyn Bevan[11], «es un caso notable de repetición en la historia» y «el signo de un gran hecho: la realidad de la relación existente en la historia entre el estoicismo y el cristianismo». De hecho, cuatro siglos antes, alrededor de 350, otro semita, Zenón de Citio, el fundador del estoicismo, declaró a los atenienses que se debía dar un culto puramente espiritual a Dios, que no se debía construir ningún templo y no erigir ninguna estatua. Ninguna obra de arte puede ser digna de la divinidad, puesto que no es lo suficientemente santa como para honrarla: es solo una obra de albañiles y artesanos[12]. Sólo tal paralelismo entre Pablo de Tarso y Zenón de Citio ya justifica el presente ensayo.

Es principalmente en las Disertaciones de Epicteto que confiaremos para instituir esta comparación entre el estoicismo y San Pablo, no solo porque conocemos a Epicteto mejor que a Séneca, sino especialmente porque Epicteto es un representante mucho más ortodoxo y mucho más riguroso del estoicismo que Séneca. De hecho, encontramos, en el exilio de Nicópolis, un eco muy fiel de la doctrina del estoicismo primitivo y, aunque es un poco más posterior que San Pablo (vivió entre el 55 al 135 aproximadamente), su enseñanza concuerda con la de Séneca y Musonio Rufo, ambos contemporáneos de San Pablo. También podemos estar seguros de que representa completamente el medio en que florecen las ideas del primer cristianismo. Con él volvemos a las heroicas edades de la escuela, puesto que llevó a los últimos límites el ascetismo moral y el fervor religioso que ya le habían dado a la doctrina de Zenón y Cleantes un color tan particular en comparación con las otras filosofías helenísticas.

Sin embargo, se debe evitar una objeción. En un artículo muy importante[13], el Padre Lagrange, impresionado por la piedad de Epicteto, piedad que parece inspirada por la creencia en un Dios personal, afirmó que había «penetración de elementos extraños, o menos una cierta perturbación causada por la proximidad de otra doctrina, ya que una estrella cambia su curso bajo la influencia de otra estrella que la atrae, sin poder atraparla»[14], y, según él, sólo podía ser el cristianismo aquel "elemento extraño". Primero, parece bastante imposible compartir esta opinión[15]. Por lo que,  solo se usarán aquí textos del Epicteto cuya doctrina es auténticamente estoica.

La tercera razón que esta a favor de nuestra investigación, la más importante, es que Pablo de Tarso estaba mejor preparado que nadie para ver los posibles puntos de encuentro entre la sabiduría estoica y el mensaje cristiano. Su ciudad natal, Tarso en Cilicia, era la encrucijada de dos civilizaciones: la del imperio grecorromano y la del mundo semita. Aunque recibió en primer lugar la educación judaica, estuvo profundamente marcado y no podía ser de otro modo, dado su poder de asimilación, por el helenismo. Leer sus Cartas prueba que poseía un conocimiento cabal del idioma griego, que era, en cierto modo, su lengua materna, la de los eruditos y la de la gente común. De esta manera, necesariamente debe haber sido influenciado por las ideas y sentimientos transmitidos por este lenguaje y, de hecho, toma prestadas imágenes y expresiones específicas del helenismo. Además, cuando todavía era un niño, vivía en Tarso, un profesor bastante conocido, que Séneca admiraba[16]: Atenodoro, el alumno de Posidonio. que tuvo que ser escuchado por Pablo, ya que los filósofos estoicos y cínicos daban sus lecciones sobre cuestiones religiosas, morales y sociales en las calles y en las plazas. También pudo haber aprendió de esta manera cuáles eran las preocupaciones espirituales de los paganos, sus aspiraciones y cuáles eran los medios para despertar su curiosidad. Es extremadamente probable incluso que, cuando regresó a Tarso después de su conversión, alrededor del año 39, se haya iniciado, al escuchar a los oradores helénicos, en el popular arte de la discusión, la diatriba y en el perfeccionamiento de su conocimiento del griego.

Lo que nos hace suponer esto es que San Pablo tenía una conciencia muy clara de su vocación como apóstol de los gentiles. Constantemente reafirma que fue especialmente elegido por Dios para llevar el evangelio a los gentiles y es muy conocido que es necesario alinear los textos. Está claro que San Pablo no podría responder eficazmente a su llamado si no supiera perfectamente el entorno que tenía la voluntad de convertir. Sería un insulto a su genio creer que no buscó lo que, en sus creencias anteriores, podría servir para atraparlos, como decimos hoy.

Terminemos con un último comentario. En sus epístolas, San Pablo a menudo ataca a los judaizantes. Como señala acertadamente el padre Benoit[17], no debemos olvidar que «junto al judaísmo ortodoxo, que triunfó después de la destrucción del Templo y que está representado para nosotros por escritos rabínicos, existió, en particular hacia el comienzo de nuestra era, un judaísmo más o menos heterodoxo, cuyas diversas corrientes fueron influenciadas por la filosofía griega y las religiones asiáticas».

Por lo tanto, la cultura helénica de San Pablo debía ayudarlo providencialmente en su conquista del mundo pagano. Sin duda no se trata de hacer de la teología paulina un sincretismo, como les gustaría a los partidarios de la escuela racionalista[18], pero sería anti-científico no buscar la repercusión que pudieron haber tenido en su conocimiento las ideas filosóficas paganas, especialmente las estoicas (por las razones expuestas anteriormente), para la presentación del mensaje cristiano. La gracia no destruye nada que merezca ser salvado. Después de su conversión, San Pablo conservará lo mejor de su entrenamiento helénico y judaico. La naturaleza y la gracia, lo anterior adquirido y la nueva revelación se unirán en él y contribuirán a convertirlo en el brillante apóstol de la Iglesia emergente.

Parece que el mismo San Pablo nos invita a descubrir que la herencia helénica, podría ser mantenida por el cristianismo, cuando escribe: «... todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta»[19].




A.Jagu
Traducción: Yerko Isasmendi

Traducción del ensayo "Saint Paul et le Stoïcisme" que fue publicado en la Revue des Sciences Religieuses, (tomo 32, fascículo 3, 1958. pp. 225-250). Dicho artículo contiene el texto completo de dos cursos impartidos en el VI Congrès biblique de l'Ouest, organizado por M. de Surgy, profesor de la Facultad de Teología de l'Université catholique d'Angers y que se celebró en Laval del 17 al 20 de Septiembre de 1956.


Notas:

1] Michel Spanneut, "Le stoïcisme des Pères de l'Eglise", París, 1957, p. 33. Este notable trabajo llena un vacío. Ya antes tuvimos el notable trabajo "Platonisme des Pères" de R. Arnou en el Dictionnaire de Théologie eatholique, pero no teníamos ningún estudio válido sobre las relaciones entre la filosofía estoica y la teología cristiana de los primeros siglos.
2] I, 21-22. Siempre citamos de la Biblia de Jerusalén.
3] Un buen ejemplo de este método es el libro de Dom Jacques Dupont. Gnosis. La connaissance religieuse dans les épîtres de saint Paul, Lovaina-París, 1949. Puede consultar también los artículos de S. Lyonnet, L'étude du milieu littéraire et l'exégèse du Nouveau Testament dans Biblica: XXXV, 4, p. 480-502; XXXVI, 2, pág. 202-212; XXXVH, 1, pág. 1-38.
4] Ver el distribuidor de segunda mano en el segundo libro de Sátiras de Horacio, II, 3, convertido al estoicismo. Ver también I, 3, 134; II, 3, 35; H, 7, 35. Lea E. Courbaud, Horace, París, 1914, p. 58)
5] Max Pohlenz, La liberté grecque (trad. J. Goffinet), París, Payot, 1956, p. 180
6] Leer, en particular, André Oltramahe, Les origines de la diatribe romaine, Lausanne, Lausana, 1926
7] Cf. Norden, Antike Kunstprosa, p. 506, n. 1.
8] Constant Martha, Les moralistes sous l'empire romain, Paris, 1886, p. 2-6.
9] Tacite, Histoires, III, 81.
10] La religion romaine*, Paris, 1900, t. n, p. 402
11] Stoïciens et Sceptiques, Paris, 1927, p. 2.
12] Clément d' Alexandrie, Strom., V, 12, 76, p. fôlP. — Qrigène, C. C&sum, I, 5 apud von Arnim, fr. 264, 265J
13] La philosophie religieuse d'Epictète et le Christianisme dans Revue Biblique, 1912, p. 5-21 ; 192-212.
14] Ibid., p. 201.
15] A. Jagu, Christianisme et Stoïcisme dans Bulletin des Facultés catholiques de l'Ouest, juillet 1949, p. 3-4.
16] Ep., X, 5. Voir Hense, Seneca und Athenodor, Fribourg-en-Brisgau, 1893 ; surtout Max Pohlenz, Die Stoa, Gôttingen, 1948, t. I, p. 402 ; Paulus und die Stoa dans Zeitschrift fur die neutestamentliche Wissenschaft, Berlin, 1949, p. 69.
17] Introduction à l'Epitre aux Colossiens (Bible de Jérusalem), p. 48
18] ¡Esta tesis tiene una vida resistente! Recientemente ha sido apoyado por Cari Schneider, Geistesgeschichte des antiken Christentums, Miinchen, 1954. 2 vol. tn-8 °, LX-734 y XI-424 páginas. Para el autor, el cristianismo es el continuador y heredero del helenismo; y se explica completamente por la civilización helenística; En cuanto a San Pablo, él es sólo un Griechisch-hellenistischer Mensch! Ver la excelente reseña de H. I. Marhou en Revue des Etudies Anciennes, Juillet-décembre 1955, p. 412-416.
19] Filipenses  IV, 8.

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