Soportar el dolor según los preceptos de los estoicos



Conversación del filósofo [Calvisto] Tauro sobre el modo y manera de soportar el dolor según los preceptos de los estoicos.

Con ocasión de que el filósofo Tauro[1] se dirigía a Delfos[2] a presenciar los Juegos Píticos[3], una concentración de casi toda Grecia, nosotros lo acompañamos. En nuestro viaje llegamos a Lebadia[4], una ciudad antigua, situada en tierras de Beocia. Allí se le comunica a Tauro que un amigo suyo, reputado filósofo de la escuela estoica, yacía aquejado de una grave enfermedad. Entonces, interrumpiendo el viaje -que, incluso sin este contratiempo, debería apresurar-, y dejando los carruajes que nos transportaban, acudió de inmediato a visitarlo. Nosotros lo seguimos, como acostumbrábamos a hacer allá donde fuera. Cuando llegamos a la casa en que residía el enfermo, encontramos al hombre aquejado por terribles dolores en el intestino que los griegos llaman κόλον (colon) y por una fiebre intensa y dejando escapar ahogados gemidos, mientas su pecho exhalaba suspiros y quejidos reveladores más de la lucha contra el dolor que del dolor mismo.

Más tarde, una vez que Tauro hizo venir a los médicos y habló con ellos sobre el tratamiento a seguir y animó al propio enfermo a conservar la fortaleza y entereza de que daba muestras, salimos de allí encaminándonos al encuentro de nuestros carruajes y de nuestros compañeros de viaje. «Habéis contemplado -comentó Tauro- un espectáculo no muy agradable, pero cuyo conocimiento es ciertamente útil; habéis visto luchando cuerpo a cuerpo al filósofo y al dolor[5]. La natural violencia de la enfermedad, haciendo lo que le era propio, producía convulsiones y violentos dolores en los miembros, mientras que la razón y la naturaleza del espíritu hacían lo que también les era propio: soportar, contener y refrenar manteniendo bajo su dominio la violencia de un dolor desenfrenado. No profería gemido ni lamento alguno, ni siquiera una sola palabra indecorosa; a pesar de lo cual había, como visteis, ciertas señales de la lucha entre la virtud y el cuerpo por la posesión del hombre».

Entonces, un joven de entre los discípulos de Tauro, muy interesado por las cuestiones filosóficas, dijo: «Si la crudeza del dolor es tan grande que se enfrenta a la voluntad y al juicio del espíritu y obliga al hombre contra su voluntad a gemir y a reconocer el mal que le causa la enfermedad que se ensaña con él, ¿por qué se dice entre los estoicos que el dolor no es un mal, sino algo indiferente? ¿Por qué, además, el estoico puede verse obligado a algo o por qué el dolor puede obligarlo, cuando los estoicos afirman que el dolor no obliga a nada y que el sabio no puede verse obligado a nada?».

Con el rostro ya algo más alegre -parecía muy complacido por una pregunta tan atractiva-, Tauro respondió así: «Si este amigo nuestro gozara ahora de mejor salud, hubiera impedido que tales gemidos inevitables suscitaran una mala interpretación y te hubiera resuelto, creo, esta pregunta tuya. Ahora bien, tú sabes que yo no comulgo mucho con los estoicos o, más bien, con el estoicismo: en la mayoría de los temas, la doctrina estoica se muestra en desacuerdo consigo misma y conmigo[6], tal como queda manifiesto en el libro que he escrito sobre esta cuestión[7]. Sin embargo, para satisfacer tu curiosidad, voy a explicarte menos técnicamente, como se dice, pero con más claridad, lo que creo que yo diría de modo más intrincado e ingenioso, si estuviera ahora aquí presente un estoico. Creo que conoces aquel dicho antiguo y muy popular: "Habla en plan menos sabio y emplea un lenguaje más comprensible"[8]».

A partir de este punto comenzó a disertar del modo siguiente sobre el dolor y los gemidos del estoico enfermo[9]: «La naturaleza de todas las cosas, que nos ha engendrado, desde el momento mismo de nuestro nacimiento nos dotó y nos imbuyó de amor y afecto hacia nosotros mismos, de tal manera que nada nos resulta más querido y precioso que nosotros mismos, y consideró que la base para conservar a perpetuidad la raza humana consistía en que cada uno de nosotros, nada más nacer, tomara ante todo conciencia y afecto por aquellas cosas que los antiguos filósofos denominaron principios naturales, (τα πρώτα κατά φύσιν)[10], es decir, gozar de todo cuanto resulta ventajoso al propio cuerpo y evitar todo lo que que le es inconveniente. Luego, con el paso del tiempo, brotaron de sus semillas la razón, la reflexión sobre el uso del juicio, la consideración de la honestidad y de la utilidad verdaderas y un afecto más sutil y seguro de las ventajas e inconvenientes; y de este modo sobresalió y brilló por encima de todo lo demás la estima de lo hermoso y lo honesto, y, si algún inconveniente extraño impedía su conservación o posesión, fue despreciado; y se pensó que sólo lo honesto era real y simplemente bueno y que sólo era malo lo que era deshonesto[11]. Y se decidió que todas las demás cosas, que ocupaban un lugar intermedio y que no eran honestas ni deshonestas, no eran ni buenas ni malas. No obstante, se establecieron algunas matizaciones y relaciones distintivas en función de su importancia, a las que ellos mismos llaman προηγμένα (cosas preferibles) y άποπροηγμένα (cosas no preferibles). Por lo cual, el placer y el dolor, cosas ambas relacionadas con el fin mismo de vivir bien y felizmente, fueron ubicados en una zona intermedia, no siendo considerados ni buenos ni malos. Ahora bien, como desde el momento mismo de nacer, antes de la aparición del juicio y de la razón, el hombre se ve imbuido de estos primeros sentimientos del dolor y del placer, y la naturaleza misma lo inclina al placer, al tiempo que lo aleja y aparta del dolor como de un peligroso enemigo, ése es el motivo por el que el raciocinio, que le fue añadido con posterioridad, a duras penas puede arrancar de raíz y extirpar esas afecciones tan íntimamente arraigadas desde un principio. Sin embargo, se enfrenta siempre a ellas y trata de reprimirlas y aplastarlas cuando se exaltan, y las obliga a obedecerle y a someterse. Es por lo que acabáis de ver a un filósofo empeñado, en virtud de su propio convencimiento, contra los embates de la enfermedad y luchando contra la violencia del dolor, sin ceder en nada, sin darse por vencido, sin quejarse ni lamentarse, como suele hacer la mayoría de los que sufren, y sin llamarse a sí mismo desgraciado e infeliz; emitiendo únicamente suspiros amargos y profundos gemidos, indicios de alguien que no ha sido vencido ni aplastado por el dolor y que se esfuerza por vencerlo y aplastarlo».


«Pero es posible -continuó- que, a propósito de ese combate y de esos gemidos, y si el dolor no es un mal, alguien se pregunte por qué es preciso gemir y luchar. Pues porque todo lo que no es malo tampoco está completamente exento de inconvenientes, sino que existen muchas cosas muy perjudiciales, aunque carentes de maldad, ya que no son deshonestas, pero sí opuestas y contrarias a la bondad y dulzura naturales en virtud de cierto encadenamiento oscuro e inevitable de la propia naturaleza. Pues bien, el hombre sabio puede soportar y aguantar esas cosas, pero no puede impedir del todo que alcancen su sensibilidad; porque la ausencia de dolor (αναλγησία) y la impasibilidad (απάθεια) es desaprobada y rechazada, no sólo por mí, sino también por algunos hombres muy clarividentes pertenecientes a la propia Stoa, como Panecio[12], varón de autorizada sabiduría».

«Ahora bien, ¿por qué el filósofo estoico se ve obligado contra su voluntad a emitir gemidos, si dicen que nada puede obligarlo?. Ciertamente, el hombre sabio no puede ser obligado por nada, cuando es posible recurrir a la razón; pero, cuando la naturaleza obliga, también es obligada la razón que la naturaleza nos ha dado. Puedes preguntar también, si te parece, por qué cerramos los ojos cuando alguien agita repentinamente la mano delante de ellos, por qué apartamos espontáneamente la cabeza y los ojos del fogonazo de luz cuando el cielo relampaguea, por qué se siente miedo cuando se produce un trueno muy fuerte, por qué uno se ve sacudido por los estornudos, por qué se abrasa uno bajo los ardores del sol o se queda rígido bajo las heladas rigurosas. Estas y otras muchas cosas escapan al control de la voluntad y del juicio y vienen impuestas por la naturaleza y la necesidad».

«Ahora bien, no es fortaleza aquella que se enfrenta de modo absurdo a la naturaleza excediendo sus límites, bien por insensibilidad de su espíritu, bien por fiereza o por cierto entrenamiento infausto y forzoso para soportar los dolores, como fue, según nos han contado, el caso de un fiero gladiador que, en una fiesta del césar, se reía mientras los médicos estaban sajándole las heridas; la fortaleza verdadera y auténtica es aquella que nuestros antepasados definieron como el saber qué cosas deben tolerarse y cuáles no[13]. De donde resulta que hay algunas cosas que no deben tolerarse y que los hombres fuertes se niegan a aguantar y soportar».

Cuando Tauro ya había dicho todas estas cosas y parecía que iba a añadir todavía más sobre el tema, llegamos a los carruajes y subimos a ellos.



Noches Áticas
Aulo Gelio
Tomo II, Libro XII. pág, 41



Notas:

1] Para el filósofo Calvisio Tauro, cf. nota a 1,9,8 e índice onomástico.
2] Una inscripción hallada en Delfos alude a la presencia de Tauro en esta localidad, pero la datación de la misma es muy controvertida. L.A. Holford -Strevens (“Towards a chronology of Aulus Gelius”, Latomus 36, 1977, 93-109) data este viaje en el 163.
3] Los Juegos Píticos conmemoraban la victoria de Apolo sobre la serpiente Pitón, monstruo oracular de carácter ctónico que habitaba en las laderas del Parnaso.
4] Lebadia (actual Lavadhia), al oeste de Bcocia, era famosa, sobre todo, por el oráculo de Trofonio, a quien algunos relatos legendarios consideran hijo de Apolo,
5] La propatheia o lucha del filósofo contra el dolor es tema muy propio de la filosofía estoica: lo hallamos en Zenón de Citios (334-262), Cleantes de Assos (ca.230), Crisipo de Solis (ca.208), Panecio de Rodas (180-110) o Posidonio de Apamea (135-51). Cf. M. Schaeffer , “Panaetius bci Cicero und Gellius”, Gymnasium 62, 1955, 334-353. Un buen comentario al pasaje que nos ocupa, en Karlhans Abel , “Das Propatheia-Theorem. Ein Beitrag zur stoischen Affertenlehre”, Hermes 111,
i 983, 78-97; del mismo autor, “Des historiche Ort einer stoischen Schmerztheorie”, Hermes 113, 1985, 293-311 y “Panaitios bei Plutarch De tranquilitate animi?', RhM 130,1987,128-192.
6] Tauro era adepto a la escuela platónica, como recuerda Gelio en 7,14,5.
7] Se trata de Περί της απάθειας των Στοικων, obra que, según L. RUSKE (De Auli Gelii, Noctium Atticarum fontibus quaestiones selectae, Diss. Breslau 1883), debió ser la fuente utilizada por Gelio en este capítulo.
8] Aristófanes, Ranas 1445. En griego en el original de Gelio.
9] Véase K. Abel, “Der historische Ort ciner storischen Schmerthcorie”, Hermes 113, 1985, 293-311.
10] Literalmente, “las primeras cosas que se atienen a la naturaleza”.
11] Idénticas palabras en Cicerón, Fin, 3,50.
12] Véase M. Schaeffer, “Panaetius bei Cicero und Gellius”, Gymnasium 62, 1955,334-353.
13] Para el estoico, la virtud es una ciencia. Así, Cicerón, Tusc. 4,24,53: Fortitudo est -inquit [Chrysippus]- scientia rerum perferendarum.

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