La Recepción del Cinismo en Roma
Abordando la adaptación del cinismo griego a Roma, esta presentación resaltará este episodio del movimiento cínico desde otra perspectiva, muy olvidada y por tanto poco conocida: el intento de hacer respetar el cinismo en la filosofía.
Comprender la naturaleza del cinismo griego significa tener gusto por la paradoja, un sentido de lo que es contrario a las convenciones. También debemos estar dispuestos a extraer los elementos de la doctrina cínica de una masa de anécdotas y ocurrencias. En cuanto al cinismo romano, la situación es diferente; seguiremos sus huellas descubriendo sus reflejos en los tratados y folletos estoicos de la época, examinando de qué manera, en Roma, los pueblos cultos habían reaccionado contra una corriente filosófica que, bajo la máscara de la educación moral, sancionaba todo descaro, todo ataque a las instituciones políticas, todo desprecio de toda responsabilidad social. Pero examinemos primero el problema que afecta a la continuidad histórica del movimiento.
Hablar de una renovación, de un renacimiento del cinismo en Roma implica, es cierto, su desaparición en algún momento, o al menos una pérdida de su influencia. Ciertamente, sería posible volver a discutir en detalle la vieja cuestión: si el eclipse del cinismo griego fue parcial o total. Sin embargo, no es un problema de gradación sino de terminología. Porque, ¿podemos hablar de cinismo si no hay cínicos? ¿Podemos descubrir una noción de profesión cínica donde no hay ningún discípulo que la manifieste a través de su conducta? ¿Podemos suponer alguna influencia donde no existe un modelo vivo que la ejerza?
Entre todos los movimientos filosóficos de la antigüedad, es el cinismo el que, para producir sus efectos educativos, depende más de la personalidad de sus seguidores. Dado que los cínicos nunca sistematizaron ni fijaron su doctrina como tal, sino que enseñaron sus preceptos aplicándolos a la vida diaria, es poco probable que, en ausencia de seguidores serios, el cinismo hubiera tenido mucha influencia. Por tanto, es cierto que Eduard Zeller y Jacob Bernays asumieron un eclipse de cinismo a finales del siglo XI a.c(1). Por otro lado, hay que tener en cuenta que las ideas de una corriente intelectual pueden seguir manteniéndose mucho después de que los protagonistas hayan desaparecido.
En su excelente reseña de la historia del cinismo, Donald R. Dudley ha demostrado que, a pesar de la falta de cínicos notables, la literatura griega de la época demuestra que la memoria de Diógenes y sus seguidores no fue totalmente borrada(2). Son sobre todo las obras filosóficas y los escritos de los moralizadores los que han conservado las huellas de tal memoria.
En el primer libro del Tratado Sobre los Deberes, Cicerón, al desarrollar su concepto de modestia (verecundia)(3), no sólo sigue a Panecio, su modelo griego, en la interpretación filosófica, sino que también adopta su ilustración histórica, es decir, su polémica contra los cínicos. Éstos, según Cicerón, no admiten que exista sentimiento de honor ya que niegan que la naturaleza haya producido algo de lo que debamos avergonzarnos: «No deberíamos escuchar realmente a los cínicos o a algunos estoicos que eran casi cínicos; critican y se burlan, con el pretexto de que llamamos a las cosas vergonzosas con palabras que no lo son, y que a las que lo son, las llamamos por sus nombres»(4). Unos párrafos más tarde, Cicerón repite de manera igualmente clara la aversión contra esta posición cínica: «En cuanto a la concepción de los cínicos, debe ser rechazada enteramente: de hecho es contraria a la modestia moral sin la cual no puede haber nada cierto, nada bonito»(5).
Lo que más nos interesa en estos momentos es la mención misma de los cínicos. Al parecer Panecio, que estaba particularmente preocupado por interpretar la ética estoica de acuerdo con los gustos y aspiraciones de una élite tal como la conocía a través de la familia de los Escipiones, se vio confrontado con tendencias cínicas cultivadas dentro de su escuela filosófica. Los dos pasajes que acabamos de mencionar no son, por otra parte, los únicos que confirman tales tendencias. Pistas similares las encontramos en Apolodoro de Seleucia(6), contemporáneo de Panecio, en Cicerón, en un pasaje de su escrito Los Términos Extremos de los Bienes y los Males(7), y también en Ario Dídimo, amigo y maestro de filosofía del emperador Augusto, en su reseña de la moral estoica(8). La pregunta que se plantea es siempre la misma: ¿Vivirá el sabio estoico como un filósofo cínico? En otras palabras: ¿es el cinismo como tal una orientación aceptable para el sabio estoico? El problema es significativo, ya que indica que, del lado del estoicismo, teníamos que preocuparnos seriamente por el cinismo.
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