Constantine Leontiev: el hombre más reaccionario del Imperio ruso



En el gran debate sobre la naturaleza y vocación de Rusia que atravesó el Imperio ruso en el siglo XIX, Constantine Leontiev fue una voz tan original como solitaria. Decididamente reaccionario, ni occidentalista ni eslavófilo, ni liberal ni nacionalista, su pensamiento, muy coherente aunque no muy sistemático, fue atravesado por intuiciones clarividentes.

Constantin Leontiev nació el 13 de enero de 1831 en Rusia en la región de Kaluga, en una familia aristocrática. Creció en la finca familiar en Kudinovo, no lejos de las fincas de Turgenev y Tolstoi, y del monasterio Optina Poustyne, famoso por sus grandes staretses. Leontiev permanecerá toda su vida apegado a este dominio de Koudinovo en el que siempre verá un remanso de paz y poesía: «Mi único deseo es que mi rincón de verdor permanezca intacto, que nadie me quite mis callejones de tilos, mis bosques de abedules, los gigantescos olmos centenarios sobre un estanque que me da pescado para sopa en días de escasez». Pero su familia, ya no muy afortunada, se arruinará, como muchos otros pequeños terratenientes, por la abolición de la servidumbre en 1861. Leontiev, plagado de deudas, finalmente se ve obligado a vender la finca en 1882. Será desgarrador para él: «Siempre he amado a Kudinovo con pasión desde la infancia. Me encargué de conservarlo incluso cuando estaba lejos en Turquía. […] ¡Y mira ahora que todo debe desaparecer por unos 360 rublos que no se pagaron a tiempo!». Para comprender el carácter extremadamente reaccionario de Leontiev, conviene recordar siempre que fue testigo de la desaparición de una forma de vida, e incluso de una cierta forma de sentir la vida, que era la de los terratenientes rusos.

Bizancio contra Occidente

Orientándose hacia los estudios de medicina, Leontiev se convirtió en médico militar durante la Guerra de Grimea. Es en Crimera en Crimea donde conoce a su futura esposa. El matrimonio de Leontiev, sin embargo, será infeliz, ensombrecido por su total falta de fidelidad conyugal y por los trastornos psiquiátricos de su esposa. En 1862, inició una carrera diplomática en el Imperio Otomano, que le llevaría a un puesto de cónsul. Fue durante estos años cuando Leontiev aprendió a apreciar verdaderamente la Grecia bizantina, en la que vio la matriz de Rusia, tanto temporal como espiritual. Esta primacía otorgada al helenismo bizantino es lo que siempre distinguirá a Leontiev de los eslavófilos. Este apego a Grecia, lo que él considera "el orden bizantino", sin embargo, lo llevará a la desgracia. Cuando los búlgaros exijan la autocefalia de su Iglesia, hasta entonces vinculada al Patriarcado de Constantinopla, Leontiev se pondrá resueltamente del lado del patriarcado, mientras que la línea del príncipe Ignatiev, embajador del Imperio Ruso en Estambul, fue a apoyar las demandas Búlgaras, en nombre del panslavismo. La idea pan-eslavista, la unión de todos los pueblos eslavos en un gran estado federal, siempre será rechazada por Leontiev. A sus ojos, esta idea de un estado de base étnica es otra monstruosidad occidental, como la democracia o el capitalismo. Porque Leontiev es un gran critico de Occidente, en el que ve la muerte de todos los valores poéticos de la vida. Con cierta ironía, Leontiev señala que tiene del progreso occidental la misma definición que Proudhon tiene de la revolución: «la asimilación general que debe alcanzar la uniformidad total». En este ideal igualitario, Leontiev ve sólo la mezcla de culturas, estados, clases y, en última instancia, el fin de toda la diversidad creativa de los hombres: «La revolución, la asimilación, el proceso igualitario-liberal son para mí los diferentes nombres de un mismo proceso. Este proceso, si no se detiene y suscita al final - por su extremismo -  una reacción más profunda que él mismo, tarde o temprano no solo destruirá todas las ortodoxias particulares que existen actualmente, todas las culturas particulares y todos los diferentes estados, sino que probablemente aniquilará en la tierra a toda la humanidad que antes se ha fusionado en una unidad social más o menos homogénea y uniforme».

Como podemos ver, a los ojos de Leontiev, el progreso occidental sólo conduce a una uniformidad morbosa que significa el fin de toda cultura nacional y original, a una verdadera muerte del espíritu creativo: «El objetivo último es el hombre promedio; un burgués tranquilo en medio de millones de hombres igualmente promedios, igualmente muertos. El problema es que Occidente no se autodestruye por sí solo. Su modelo se está extendiendo por todo el mundo, incluido el Imperio Ruso, convirtiéndose en una "herramienta de destrucción universal"».

A este modelo occidental, Leontiev opone el modelo que él califica de bizantino, y que la Rusia zarista, en cierta medida, ha heredado: una sociedad desigual, que contiene una fuerte diversidad de culturas, etnias y clases, encontrando su unidad en una monarquía ortodoxa de derecho divino, autocrática y despótica. Sólo en esta sociedad, al mismo tiempo fuertemente diversificada y fuertemente unificada, puede surgir una verdadera aristocracia de la tierra y el espíritu, capaz de dar vida a «la estética de la vida» y a la «poesía de la historia». Es esta supuesta aristocracia de Leontiev, lo que lo distingue tanto del democratismo occidental como del populismo eslavófilo, así como su apego a los valores estéticos, lo que empujó al filósofo Nicolas Berdiaev a verlo como un "Nietzche ruso", aunque Leontiev y Nietzche difiere radicalmente a nivel religioso.

Contra el "cristianismo rosa"

En 1871, entonces cónsul ruso en la ciudad de Salónica, Leontiev enfermó de cólera. En cama, sufriendo y temiendo por su vida, su mirada se posó en un icono de la Madre de Dios. A partir de su propio testimonio, conocemos sus palabras: «Madre de Dios, es demasiado pronto. ¡Es demasiado pronto para morir! Todavía tengo que hacer algo digno de mi capacidad y he vivido una vida marcada, en el más alto grado, por el pecado y el libertinaje refinado. Sácame de este paso mortal. Iré al Monte Athos, me inclinaré ante los staretses para convertirme en un verdadero creyente ortodoxo, para creer en ritos y milagros, e incluso para recibir la tonsura».

Curado y un hombre de palabra, Leontiev parte hacia el Monte Athos. Permaneció allí durante un año, pero los Padres Athonitas finalmente le aconsejaron que regresara a Estambul. En 1874, regresó a Rusia y fue al monasterio de Optina Poustyne, donde se convirtió en el hijo espiritual del starets Ambrose (quien fue una de las grandes figuras espirituales que inspirarían el personaje del starets Zósimo en "Los hermanos Karamazov" de Dostoyevsky). Se gana la vida arduamente como publicista y periodista. Incluso ocupará el cargo de censor. Se retiró en 1887 para irse a vivir cerca del monasterio de Optina Poustyne. El 23 de agosto de 1891, se convirtió en monje en el monasterio Trinidad San Sergio Lavra, un importante lugar espiritual y nacional de Rusia. Leontiev murió el 12 de noviembre del mismo año.

Siguiendo un requisito personal completamente aristocrático, Leontiev hizo suyo después de su recuperación del cólera un ideal monástico y ascético, que no lograría realmente alcanzar hasta el final de su vida. Esta profunda fe estuvo acompañada de cierto pesimismo sobre los destinos de las civilizaciones. Irónicamente, Leontiev está de acuerdo con los occidentalistas: el progreso occidental es el futuro de Rusia y, de hecho, del resto del mundo. Cualquier sociedad está, pues, condenada a la destrucción en mezcla y uniformidad, en el «caos satánico del cosmopolitismo industrial y la mezcla babilónica contemporánea». Este pesimismo fundamental ha llevado a algunos comentaristas a vincular a Leontiev con Oswald Spengler. Además, Leontiev tiene el presentimiento de que el progreso técnico e industrial acabará desfigurando la naturaleza misma. Al respecto, adoptará estas palabras del arzobispo Nicanor: «La tierra rusa desierta, despojada por el señuelo del lucro obtuso, se hunde en un silencio sordo y grave. Este beneficio pronto matará el gusto por los encantos de la naturaleza, como ha matado su belleza. Es de temer que la tierra pronto se parezca a una telaraña gigante que rodea todo el globo terrestre donde solo flota un hombre demacrado y omnívoro, similar a una araña hambrienta que no tiene nada más que devorar porque ella misma se lo ha tragado todo, ha matado, ha masacrado a todos los seres vivos de la superficie de toda la tierra».

Esta concepción pesimista distingue a Leontiev del utopismo y del mesianismo de tantos otros autores rusos. Cree que su antiutopismo tiene sus raíces en la enseñanza misma de Cristo: «Cristo nos dio la caridad y la bondad como ideal personal. Nunca prometió, en ninguna parte, el triunfo de la fraternidad universal en la tierra ...». A los ojos de Leontiev, los valores evangélicos son, por tanto, exclusivamente valores personales, y ciertamente no valores sociales. La sociedad no debe basarse en el amor al prójimo, sino, al contrario, en principios autoritarios y dictatoriales. Ver en los valores evangélicos los valores sociales destinados a fundar una "armonía universal" es ceder, juzga Leontiev, a un hereje "cristianismo rosa, que él ve en las obras de Tolstoi e incluso en las Dostoievski, y que para él es sólo una variación de la utopía mortal del progreso occidental.

El futuro de Rusia

Leontiev, sin embargo, no está totalmente desprovisto de esperanza, y quiere que Rusia se aleje completamente de Occidente: «Uno de los principales signos saludables en este sentido (de una nueva cultura) sería un nuevo giro de la mente rusa, esencialmente escéptica e incluso extremadamente pesimista con respecto a todas las conclusiones y productos europeos de este fin del siglo XIX, como el plutocratismo igualitario de su estructura social y el engañoso idealismo utilitarista de su vida intelectual».

Sin mirar más a Occidente, Leontiev sugiere que Rusia debe mirar a Asia. Las raíces bizantinas y el futuro de Asia: esta es la concepción de Rusia de Leontiev. Pero no se hace ilusiones y prevé la catástrofe rusa del siglo XX: «El socialismo (es decir, un cambio profundo y en parte violento en la economía y en las costumbres) es ahora inevitable, al menos en parte de la humanidad».

Aristócrata empobrecido y caído, publicista seguro de sí mismo pero que tuvo poco éxito público, un hombre dotado de un temperamento exuberante que le impidió durante mucho tiempo vivir de acuerdo con los valores monásticos y ascéticos que veneraba, la vida de Leontiev parece como una sucesión de fracasos personales. Su pensamiento estuvo atravesado por el soplo de un pesimismo gélido alejado del calor utópico de tantos otros autores rusos del siglo XIX. Pero es quizás precisamente este pensamiento anti-utópico intransigente lo que explica por qué también brillan las intuiciones increíblemente previsoras en la persona de Leontiev. El hecho de que tantas de sus predicciones pesimistas hayan resultado ser correctas dice mucho sobre el valor del siglo XX, lo que impulsa a muchos rusos de hoy a volver a mirar a Leontiev y su definición de Rusia, que hoy a muchos les parece más relevanteque nunca.


Fuente: Philitt
Autor: Gregorie Quevreux
Traducción: Yerko Isasmendi

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