Sobre la formación del alma

 


El alma que llega hoy a la ortodoxia a menudo se encuentra en un estado de desventaja o incluso incapacitada. A menudo uno escucha de conversos después de algunos años de luchas aparentemente infructuosas que «no sabían en lo que me estaban metiendo cuando se convertieron en ortodoxos». Algunos sienten esto cuando se exponen por primera vez a la fe ortodoxa, y esto puede hacer que pospongan su encuentro con la ortodoxia o incluso huyan de ella por completo. Algo similar les ocurre a los bautizados en la infancia cuando alcanzan la madurez y deben elegir entre comprometerse o no con la fe de su infancia.

Desde un punto de vista, esto es el resultado del profundo compromiso que se requiere de aquellos que se toman en serio la fe ortodoxa, un compromiso que es bastante diferente del de aquellos que simplemente se unen a una nueva denominación. o secta. Hay muchas denominaciones con sus diversas interpretaciones de la vida cristiana, pero solo Una Iglesia de Cristo que vive la verdadera vida en Cristo y la enseñanza y práctica inalteradas de los Apóstoles y Padres de la Iglesia.

Pero desde un punto de vista más práctico, el problema radica en la pobreza de nuestra alma moderna, que no ha sido preparada ni entrenada para recibir las profundidades de la verdadera experiencia cristiana. Hay un aspecto tanto cultural como psicológico en esta pobreza nuestra: la educación de los jóvenes de hoy, especialmente en Estados Unidos, es notoriamente deficiente en el desarrollo de la capacidad de respuesta a las mejores expresiones del arte, la literatura y la música, como resultado de lo cual los jóvenes se forman al azar bajo la influencia de la televisión, la música rock y otras manifestaciones de la cultura actual (o más bien, anti-cultura); y, tanto como causa como como consecuencia de ello - pero sobre todo por la ausencia por parte de padres y maestros de una idea consciente de lo que es la Vida Cristiana y de cómo debe educarse un joven en ella - el alma de una persona que ha sobrevivido a los años de juventud es a menudo un páramo emocional y, en el mejor de los casos, revela deficiencias en las actitudes básicas hacia la vida que alguna vez se consideraron normales e indispensables.

Son pocos los que hoy pueden expresar con claridad sus emociones e ideas y afrontarlas con madurez; muchos ni siquiera saben lo que está pasando dentro de ellos mismos. La vida está dividida artificialmente en trabajo (y muy pocos pueden poner lo mejor de sí mismos, su corazón, porque es “solo por dinero”); el juego (en el que muchos ven el verdadero significado de su vida), la religión (por lo general, no más de una hora o dos a la semana), y cosas por el estilo, sin una unidad subyacente que dé sentido a toda la vida. Muchos, al encontrar la vida diaria insatisfactoria, intentan vivir en un mundo de fantasía de su propia creación (en el que también tratan de encajar la religión). Y subyacente a toda la cultura moderna está el denominador común de la adoración a uno mismo y la propia comodidad, que es mortal para cualquier idea de vida espiritual.

Eso es algo del trasfondo del “bagaje cultural” que una persona trae consigo hoy cuando se vuelve ortodoxa. Muchos, por supuesto, sobreviven como ortodoxos a pesar de sus antecedentes; algunos llegan a algún desastre espiritual debido a ello; pero un buen número siguen incapacitados o al menos espiritualmente inmaduros porque simplemente no están preparados y desconocen las demandas reales de la vida espiritual.

Como comienzo para afrontar esta cuestión (y, con suerte, para ayudar a algunos de los afectados), veamos aquí brevemente la enseñanza ortodoxa sobre la naturaleza humana expuesta por un profundo escritor ortodoxo del siglo XIX, un verdadero Santo Padre de estos últimos tiempos: el obispo Teófano el Recluso (+1892). En su libro, What the Spiritual Life Is and How to Attune Oneself to it (reimpreso en Jordanville, 1962)[1], escribe:

«La vida humana es compleja y multifacética. En ella hay una parte del cuerpo, otra del alma y otra del espíritu. Cada una de estas tiene sus propias facultades y necesidades, sus propios métodos, sus propios pruebas y satisfacciones. Sólo cuando todas nuestras facultades están en movimiento y todas nuestras necesidades están satisfechas, el hombre vive. Pero cuando solo una pequeña parte de estas facultades están en movimiento y sólo una pequeña parte de nuestras necesidades está satisfecha; una vida así no es vida ... Un hombre no vive de una manera humana a menos que todo, en él, esté en movimiento ... Uno debe vivir como Dios nos creó, y cuando uno no vive así, puede decir con valentía que no está viviendo en absoluto»(p. 7).

La distinción que se hace aquí entre "alma" y "espíritu" no significa que sean entidades separadas dentro de la naturaleza humana; más bien, el "espíritu" es la parte superior, el "alma" la parte inferior, de la única parte invisible del hombre (que en su conjunto se suele llamar el "alma"). En este sentido, al "alma" pertenecen aquellas ideas y sentimientos que no se ocupan directamente de la vida espiritual, la mayor parte del arte, el conocimiento y la cultura humanos; mientras que al "espíritu" pertenecen los esfuerzos del hombre hacia Dios a través de la oración, el arte sagrado y la obediencia a la ley de Dios.

A partir de estas palabras del obispo Teófano ya se puede detectar una falla muy común hoy en los buscadores de la vida espiritual: no todos los aspectos de su naturaleza están en movimiento; están tratando de satisfacer necesidades religiosas (las necesidades del espíritu) sin haber llegado a un equilibrio con algunas de sus otras necesidades (más específicamente, psicológicas y emocionales), o peor aún: usan la religión de manera ilegítima para satisfacer estas necesidades psicológicas. En esas personas, la religión es una cosa artificial que aún no ha tocado lo más profundo de ellos y, a menudo, algún evento perturbador en su vida, o simplemente la atracción natural del mundo, es suficiente para destruir su universo plástico y alejarlos de la religión. A veces, esas personas, después de una amarga experiencia en la vida, regresan a la religión, pero con demasiada frecuencia se pierden o, en el mejor de los casos, quedan paralisados.

El obispo Teófano continúa con su enseñanza:

«Un hombre tiene tres capas de vida: la del espíritu, la del alma y la del cuerpo. Cada uno de ellas tiene una suma de necesidades, naturales y propias de un hombre. No todas estas necesidades tienen el mismo valor, pero algunas son elevadas y otras menores; y la satisfacción equilibrada de ellas da paz al hombre. Las necesidades espirituales son las más elevadas de todas, y cuando se satisfacen, hay paz aunque las demás no estén satisfechas; pero cuando las necesidades espirituales no se satisfacen, incluso si las demás se satisfacen abundantemente, no hay paz. Por lo tanto, la satisfacción de ellas se llama la única cosa necesaria.

Cuando se satisfacen las necesidades espirituales, estas instruyen al hombre a poner también en armonía la satisfacción de las otras necesidades, de modo que ni lo que satisface al alma ni lo que satisface al cuerpo contradiga la vida espiritual, sino que la ayude; lo que conlleva a una armonía total de todos los movimientos y revelaciones de la vida, una armonía de pensamientos, sentimientos, deseos, compromisos, relaciones, placeres. ¡Y esto es el paraíso!» (p.65).

En nuestros días, el ingrediente principal que falta en esta armonía ideal de la vida humana es algo que podríamos llamar el desarrollo emocional del alma. Es algo que no es directamente espiritual, pero que muchas veces dificulta el desarrollo espiritual. Es el estado de alguien que, si bien puede pensar que tiene sed de luchas espirituales y una vida elevada de oración, no es capaz de responder al amor y a la amistad (humana) normal; porque «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto».(I Juan 4:20)

En unas pocas personas este defecto existe en forma extrema; pero como tendencia está presente hasta cierto punto en todos los que hemos sido criados en el páramo emocional y espiritual de nuestro tiempo. Siendo esto así, a menudo es necesario que humillemos nuestros impulsos y luchas aparentemente espirituales y seamos probados en nuestra preparación humana y emocional. A veces, un padre espiritual le negará a su hijo la lectura de algún libro espiritual y en su lugar le dará una novela de Dostoievski o de Dickens, o lo alentará a familiarizarse con ciertos tipos de música clásica, no con ningún propósito "estético" en mente, - porque uno puede ser un "experto" en tales asuntos e incluso estar "bien desarrollado emocionalmente" sin tener el menor interés en la lucha espiritual, y ese es también un estado desequilibrado - sino únicamente para refinar y formar su alma, y hacerla mejor dispuesta a comprender textos espirituales genuinos.

El obispo Teófano, en su consejo a una joven que se estaba preparando para la vida monástica, le permitió leer (además de otros libros no espirituales) ciertas novelas que fueron «recomendadas por personas bien intencionadas que las han leído». (What the Spiritual Life Is, p. 252): Con esto en mente, esta nueva columna en “Orthodox America” recomendará e introducirá ciertas obras de literatura y arte (sin excluir la forma de arte moderno que son las películas) que pueden ser de utilidad en la formación de las almas, especialmente de los jóvenes, en actitudes y emociones humanas básicas que puedan disponerlos a comprender y perseguir las cosas superiores de la vida espiritual.


Padre Seraphim Rose
Traductor: Yerko Isasmendi


Notas:

1) Libro aun no traducido al español

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