Épictète et la sagesse stoïcienne


 

De la introducción, su autor precisa que, sin desconocer la unidad del sistema estoico, le interesa esencialmente la espiritualidad propia de él y, más concretamente, como indica el título, de uno de sus más ilustres representantes, Epicteto.

La obra, vivaz, clara y cálida, consta de tres partes. Primero un panorama del estoicismo situado en su época. Luego, el estudio de algunos temas ilustrados por textos. Finalmente, la evocación del encuentro de la sabiduría estoica con el judaísmo, el cristianismo y la era moderna. Tres apéndices complementan útilmente la obra: tabla de textos citados, bibliografía, cronología.

Levantándose contra una idea muy extendida según la cual el estoicismo es “una filosofía de consuelo para una época decadente” (p. 16), A. sitúa este movimiento filosófico en el marco helenístico y proporciona una historia del movimiento estoico desde su fundación por Zenón hasta Marco Aurelio, centrándose a Epicteto. A este recorrido relativamente rápido le sigue una presentación sintética del pensamiento estoico, de la que se recuerdan algunas ideas esenciales: existencia de un universo armonioso regido por un Dios inmanente; multitud de correspondencias entre los distintos componentes del mundo que una simpatía universal vincula. En este universo cada parte sólo tiene su verdad y valor en el todo; de ello se deduce que el mal es sólo relativo, si exceptuamos el “mal moral, aquello que hacemos” (p. 62). Este último rasgo plantea la cuestión de la libertad, que el estoicismo define como “un estado interior de adhesión al orden divino del mundo” (p. 69).

La segunda parte, con diferencia la más extensa, presenta una selección de cuatro temas ilustrados por abundantes citas: Dios, el papel del hombre en la celebración del mundo, la filosofía y la vida interior. Aquí hay algunas notas sobre esto:

Dios. En lugar de desarrollar una teología negativa como lo harán los neoplatónicos y estoicos multiplicaron los enfoques positivos: “podemos decir cualquier cosa sobre Dios, siempre que muestre sus perfecciones” (p. 81). Es legítimo, entre otras cosas, hablar de los dioses, en plural, siempre que veamos, como otras tantas alegorías, los múltiples rostros del Dios único, a quien el himno de Cleante rinde admirable homenaje. El estoico se sabe cercano a Dios y, por tanto, conectado con todos los hombres; como exclama Epicteto, “¿por qué no llamarse ciudadano del mundo? ¿Por qué no llamarse hijo de Dios?" (Disertaciones, 1,9; texto citado en la p. 98).

El hombre. El hombre sabio, figura emblemática, límite-ideal, es el hombre liberado de todo lo que no depende de él; se comunica con la razón universal, se adhiere al Dios providente “y el mundo se convierte en fiesta” (p. 113). ¿Una fiesta? ¿Qué pasa entonces con el sufrimiento? Este no es malo, absolutamente hablando, responde el estoico. ¿Pero la perturbación de la pasión? Éste es un verdadero mal, también un mal evitable, ya que el hombre ha recibido de Dios la razón que le permite elegir correctamente.

La filosofía. No se trata de una pura construcción teórica, es el esfuerzo perseverante por lograr formar juicios, y especialmente juicios de valor, coherentes con la realidad. Es un ascetismo, una sumisión activa al imperio de la razón, a la norma de la naturaleza, a la voluntad divina, todas expresiones equivalentes del estoicismo.

La conciencia y la vida interior. El estoicismo elogia el examen de conciencia, donde cada uno hace fielmente el balance del día y cuestiona su lealtad a los verdaderos valores. Frente a los que se extravían, no invita al odio sino a la piedad, porque quien hace el mal primero se hace daño a sí mismo.

En la tercera parte, se evoca el encuentro del estoicismo con el Judaísmo, cristianismo y la era moderna. Sin pretender competir en este tema con Michel Spannut, cuyo trabajo indica en la bibliografía final (p. 257), resume a grandes rasgos este importante problema. El judaísmo alejandrino toma prestados de la filosofía griega y especialmente del estoicismo una serie de términos, con las representaciones que transmiten; a través de esto, sin negar su fe y sus tradiciones, se abre a una cierta universalidad, desembocando en un lenguaje comprensible para el mundo cultural de esa época. ¿Qué pasa con el cristianismo? Del Nuevo Testamento, extrae los medios de su teología del ambiente estoico, como lo demuestra el uso de palabras como logos tipneuma. Respecto a este último término, A. Escribe de manera matizada: “Está claro que el Espíritu Santo no es el pneuma estoico. Sin embargo, su teología temprana probablemente le debe algo a las herramientas conceptuales del Pórtico” (p. 214). D llama la atención sobre el recurso de los pensadores cristianos a categorías estoicas y cita en esta ocasión a Justino, Atenágoras, Tertuliano, Orígenes (más cercano al platonismo), Eusebio, Ambrosio, Clemente de Alejandría. Añade que “el estoicismo también sirvió como alimento para el monaquismo medieval oriental” (p. 234). En cuanto al cristianismo medieval, donde el platonismo y el aristotelismo están a la vanguardia, el estoicismo sigue presente. Para la época moderna, el autor destaca las valoraciones elogiosas que François de Sales dedica a Epicteto y menciona a estos dos clásicos del neoestoicismo, Guillaume du Vair y Juste-Lipse.

En su conclusión indica lo que, en su opinión, el estoicismo todavía puede aportarnos: “que somos ante todo responsables de nosotros mismos y que el único mal que puede existir para nosotros es el que cometemos” (p. 246). No podríamos señalar mejor, tal vez sin el conocimiento del autor, tanto la grandeza como los límites del estoicismo: una noble moral de la responsabilidad pero, por otra parte, un peligroso repliegue en sí mismo de una libertad que, a fuerza de interioridad, se ve amenazada con el agotamiento. Lo que está surgiendo aquí es un vasto debate filosófico, en el que Hegel desempeña un papel capital; basta con haberlo señalado.



Reseña: Jacques Étienne
Jean-Joël Duhot, Épictète et la sagesse stoïcienne (coll. L'aventure intérieure). 1996
Fuente: Revue théologique de Louvain
Traducción: Yerko Isasmendi

No hay comentarios

Con la tecnología de Blogger.